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Cuando llegó, vistiendo el secular kimono raído y polvoriento, masticando maíz a dos carrillos, arrastrando su vieja katana oxidada y exhalando un atávico aroma a rebaño, todos pensamos que se trataba de otro estúpido, piojoso y harapiento paleto gandul y medio lelo. Teníamos razón, sí, pero aquella oveja era...mucho más.